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La Locura de Dios



La Locura de Dios por la Basura Humana

Amigos, conocidos, escépticos, almas cansadas de la religión y de la vida misma: permítanme que les hable claro, sin adornos ni incienso. Hablemos de esa pregunta que nos persigue en las noches sin dormir, esa que nos lleva a preguntar si, de verdad, “¿Qué sería del mundo si Dios no existiera?”

La respuesta más simple y, a la vez, la más aterradora, es: "Nada". Simplemente, no habría mundo.

Miren a su alrededor. Observen la compleja orquestación de la existencia. Yo no hablo aquí del "Dios" que han enjaulado en los templos de mármol. Hablo del Motor Inmóvil; de la Esencia Ontológica que permite que la lógica funcione, que el aire que respiran sea posible y que la vida, en su gloriosa y terrible complejidad, exista en primer lugar.

La Fatídica Confusión

El verdadero problema no es la existencia de Dios. Es que la humanidad ha confundido Su esencia pura con la maraña de normas y leyes, dogmas que se imponen en las iglesias. Esta confusión, este legalismo que asfixia, aleja a los jóvenes y a las personas, porque no logran discernir entre esas reglas secundarias y el amor profundo de Dios para con cada uno de ellos.

Es precisamente sobre esta línea fina y difusa que debemos reflexionar. ¿Por qué la Ley de la Vida ha sido reemplazada por un manual de usuario obsoleto y lleno de prohibiciones humanas?

El Espejo de la Malicia Intencional: La Basura del Mundo

Tenemos que ser brutalmente honestos con nosotros mismos. Si miramos sin velos, debemos concluir: somos los malos, los pecadores, la basura del mundo. Y no es un insulto, es un diagnóstico. El testimonio del amor de Dios no es que Él ama a los buenos, sino que nos ama a pesar de lo que somos.

Somos seres racionales que, de manera intencionada y pensante, nos hacemos mal a nosotros mismos y hacemos mal a nuestros semejantes, incluso a nuestra propia sangre: nuestros hijos, los amigos traicionados. No somos malos por accidente; elegimos la maldad. Esta capacidad de autodestrucción es la prueba más contundente de nuestra libertad y, paradójicamente, lo que hace que el amor incondicional de Dios sea tan escandalosamente poderoso.

Si medimos nuestra maldad contra el pasado, vemos que la maldad de hoy es mayor que en tiempos del Diluvio. ¿Por qué? Porque nuestra maldad es una maldad con conocimiento de causa, que destruye mientras lleva la Imago Dei—la imagen de Dios—grabada en su ADN. Y es en este abismo de nuestra maldad intencional donde reside el escándalo de la Gracia.

El Reloj Detenido: La Cobertura de la Gracia

Si usted fuera el Juez y Creador, y viera a Su creación destruyéndose intencionalmente una y otra vez, ¿qué haría? Lo lógico sería activar el juicio inmediato. La justicia demandaría la condena ahora mismo.

Pero, ¿qué vemos? Vemos la Paciencia Inaudita de Dios. A sabiendas de lo que somos y que nuestra maldad ha crecido, Él nos cubre con Su gracia y no nos condena antes de tiempo. Él nos permite existir, respirar un día más. Y aunque es de aceptar que sí seremos juzgados, la urgencia de este mensaje no es el temor al infierno, sino la oportunidad del Cielo que ya está tocando a su puerta.

Esta es nuestra historia, la parábola que debe resonar en el lecho de muerte de cada escéptico:

Hace mucho, en la ciudad de Nínive, una urbe sumergida en la violencia y el vicio, Dios envió al profeta Jonás con una sola orden: predicar la destrucción inminente. Jonás, en un acto de justicia frustrada, quería que la ciudad ardiera. Pero cuando Nínive se arrepintió, Dios no la destruyó. Jonás se enfureció. El Creador le mostró que estaba dispuesto a detener el reloj del Juicio en virtud de una posibilidad de arrepentimiento. El mensaje es claro: el Padre espera. Su naturaleza no es primariamente la de Verdugo, sino la de Padre que espera.

Hoy, la maldad del mundo es esa Nínive moderna, y la Gracia de Dios es ese reloj detenido.

La Ley del Amor: El Sentido Común más Elevado

Miren la Ley de Dios en su esencia más pura, la que Jesús destiló en dos mandamientos. Esta es la ley que tiene una verdad tan obvia que trasciende la religión:

  • Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente.
  • Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Esto no es un dogma, ni un símbolo de sectarismo. Es sentido común.

Piénselo. ¿Qué pierde usted si vive bajo esta ley?

Si ama a Dios, está alineando su existencia con la fuente de toda coherencia. Vives mejor. Si ama a su prójimo como a sí mismo, usted no lo traiciona, no le roba, no le miente. Usted vive mejor y la sociedad vive mejor.

Esto es la Lógica de la Convivencia. Es la verdad inmutable de que: Hacer el bien te mantendrá bien. Caminar por un camino plano te llevará bien a casa, no así si vas por caminos escabrosos. El amor de Dios no es una emoción melosa; es la estructura del universo que te dice: si te alineas con el amor, vivirás; si te alineas con la maldad, te autodestruirás.

El juicio vendrá. No hay que endulzarlo. Pero la urgencia de este mensaje no es el temor, sino la oportunidad.

El Llamado 

A usted, que se llama escéptico, que está harto de las iglesias y sus hipocresías, le digo: Separe el Mensaje del Mensajero que falló.

No le pido que se una a una religión, sino que se ponga a cuentas con el Creador. La Gracia está extendida sobre esta humanidad podrida ahora. Pero la paciencia tiene un límite, y ese límite es el último aliento que usted respirará. En ese momento, cuando ya no haya ruido, ni religión, ni reglas humanas, solo quedará la confrontación pura con la Luz Admirable.

Aproveche el tiempo que queda. El amor de Dios no es una invitación a la pereza, sino un llamado urgente a la acción. El camino plano es amar; el camino escabroso es la maldad intencional. Elija la cordura. Elija el sentido común. Póngase a cuentas con la Vida misma antes de que la noche venga y el reloj, detenido por gracia, finalmente marque la hora. Que estas palabras resuenen en usted y llegue a Su luz admirable.

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